sábado, 29 de noviembre de 2014

EL “YO” IMPERIAL: CUANDO EL YO SE CONVIERTE EN EL ÁRBITRO DE LA MORAL

EL “YO” IMPERIAL

CUANDO EL YO SE CONVIERTE EN EL ÁRBITRO DE LA MORAL
La moral secular surgió como resistencia a la moral tradicional. En la perspectiva tradicional, la moral está “allá afuera”, mientras que para mucha gente ahora la moral está “aquí adentro”. La nueva fuente de la moral ya no es el código externo sino el corazón interno. La moral secular es una búsqueda de nuestro mejor o auténtico ser, que se cree que mora adentro.

EN ALGUNOS SENTIDOS ESTÁ MUY CERCA DEL CRISTIANISMO
Tradicionalmente, los cristianos han sostenido que hay dos maneras de seguir la voluntad de Dios: vivir según sus mandamientos y escuchar su voz dentro de nosotros.  En Lucas 17:21, Jesús recomienda lo último: “el reino de Dios está entre vosotros”. Lo mismo hizo Agustín: “entré a las profundidades de mi alma, y con el ojo de mi alma vi la Luz que nunca cambia lanzar sus rayos sobre mí”. En la perspectiva de Agustín, Dios es la luz interior que acciona nuestra alma. La Reforma, también, desarrolló la idea del sacerdocio del creyente individual, en la que cada persona busca en su interior para descubrir la voluntad de Dios. El comportamiento externo no es suficiente, porque hay un yo interno que solo Dios percibe.

RUPTURA CON EL CRISTIANISMO: INTROSPECCIÓN COMO FUENTE MORAL AUTÓNOMA
Agustín y Lutero suponían que el viaje interno es simplemente la manera de acceder al Creador, y a través de esta relación el hombre encuentra gozo y plenitud. La innovación secular corta la búsqueda interior de cualquier fuente externa de autoridad, que incluye la de Dios.

El filósofo Charles Taylor explica este punto de vista:
Soy libre cuando decido por mí mismo en lo que a mí concierne, en lugar de que influencias externas me formen. Nuestra salvación moral viene al recuperar el contacto moral auténtico con nosotros mismos. La libertad autodeterminante exige que rompa con el agarre de las imposiciones externas y que decida solamente por mí mismo”.

LOS SERES HUMANOS: O SON ORIGINALMENTE BUENOS U ORIGINALMENTE CORRUPTOS
La moral secular está arraigada en la filosofía romántica de Jean-Jacques Rousseau. En el pensamiento de Rosseau descubrimos un cisma más profundo entre la moral liberal y el cristianismo. En la perspectiva cristiana, la naturaleza humana está corrupta por el pecado original. El pecado original no se refiere sólo al pecado de Adán y Eva; también se refiere a la idea de que nuestras naturalezas son, desde el principio, pecaminosas. Agustín nos pide considerar al bebé. Si los bebés no hacen daño, observa, no es por falta de voluntad sino solamente por falta de fuerza. En el entendimiento cristiano, el yo interior es corrupto, por lo que necesita de la gracia de Dios para entrar desde el exterior y transformar nuestra naturaleza humana caída.

En el entendimiento de Rosseau, en contraste, los seres humanos originalmente eran buenos, pero la sociedad los ha corrompido. Por consiguiente, para descubrir lo que es bueno y verdadero, debemos cavar profundamente dentro de nosotros mismos y recuperar la voz de la naturaleza en nosotros.

LA ÉTICA SECULAR ES SUBJETIVA NO RELATIVA
No debería pensarse que la ética secular en total repudio de la moral. Preserva la distinción entre lo que “es” y lo que “debería ser”. Deberíamos seguir el llamado de nuestro yo interno; si no lo hacemos, no estamos siendo fieles a nosotros mismos y estamos perdiendo la meta de la autorrealización. Esto es subjetivismo –porque cada uno de nosotros tiene una manera distinta de ser –pero no es relativismo, porque no hay ninguna sugerencia aquí de que “todo vale”. En la ética secular, el yo interno habla definitivamente y estamos obligados a seguirlo. La moral secular no difiere del cristianismo al rechazar la noción del bien, sino al postular una fuente interna autosuficiente para lo que es bueno.

EL AMOR MÁS ALLÁ DEL BIEN Y DEL MAL
El atractivo más profundo de la moral secular es el papel que tiene en la formación y preservación de las “relaciones de amor”. ¿Cómo sabemos que amamos? No hay otra manera más que buscar profundamente dentro de nosotros mismos y consultar la voz interna, que no es la voz de la razón sino la voz del sentimiento. Sucumbimos a ese yo interno tan completamente que sentimos que hemos perdido el control. No amamos, sino que estamos “enamorados,” y ahora no somos totalmente responsables de lo que hacemos.

El amor es el pecado por el que nos es casi imposible arrepentirnos. El amor los ha transportado a un estado casi trascendental fuera del mundo real, pero más real que el mundo. El amor de esta clase está, muy literalmente, “más allá del bien y del mal”, y por eso es que la nueva moral ha llegado a ser una justificación tan poderosa para el pecado. Cuando el yo interno impone amor, lo hace de manera autoritaria de un modo desafiante y sin consideración del riesgo, del precio ni de otros compromisos. Como una vez observó C. S. Lewis, el amor erótico de esta clase tiende a “reivindicar para sí una autoridad divina”.

EL ‘YO’ BUENO Y EL ‘YO’ MALO
Además hay un problema más profundo y más fundamental con la moral secular. La moral se basa en la suposición de que el yo interno es bueno. Encontramos la gentileza, suavidad, dulzura y compasión, con seguridad, pero también encontramos crueldad, brutalidad, lujuria, odio y envidia. Los humanos son, en sus profundidades más internas, calderas del bien y el mal entremezclados.

La pregunta de la moral secular es, al buscar al yo interno, ¿Cuál yo está buscando? ¿Qué principio tiene que distinga al yo interno bueno del yo interno malo? No importa cómo se defina la moral, parece haber una tendencia humana universal a quedarse corto de ella. En este sentido, el “pecado original” no es una proposición teológica, sino algo que toda la gente racional puede afirmar. La moral secular se basa en una antropología inadecuada.

Pero el problema no está necesariamente con la autorrealización o la autenticidad. Estos son valores morales válidos, pero por sí mismos están incompletos. Yo debería buscar mi autorrealización, pero sólo de maneras que sean buenas. Seré más feliz con una persona genuina y auténtica, pero sólo si esa autenticidad y franqueza son aliadas de la bondad. Recordemos que a Hitler no  le faltó compromiso ni autenticidad.


LA CONCIENCIA: EL ESPECTADOR IMPARCIAL
Curiosamente la solución cristiana para este problema no es religiosa. No es aceptar a Cristo y convertirse en un cristiano nacido de nuevo. Más bien, es seguir el camino analizado del “espectador imparcial”, que es tomar la conciencia como guía. Para la gente religiosa, la conciencia es el divino capataz interno –lo que John Henry Newman una vez llamó “el principio vinculante entre la criatura y el creador” –pero la gente secular no tiene que creer esto para reconocer que ellos también tienen un espectador imparcial que pueden buscar. Este espectador imparcial frecuentemente nos dirige a actuar en contra de nuestra inclinación e interés propio. La conciencia puede ser el enemigo del amor, y también un verdadero aguafiestas, pero la conciencia es lo que permite que un hombre remonte de ser prisionero de sus inclinaciones. La conciencia nos permite ir más allá de lo que se siente bien y hacer lo correcto[1].




[1] ‘Lo Grandioso Del Cristianismo’, Dinesh D’Souza*